domingo, 3 de noviembre de 2013

El (más valiente) auriga.

      Qué fácil resulta hablar sobre el amor, después de todo. Parece que cierras los ojos y que no importa si la historia es triste o no, hasta que desveles el triste final. Con un poco de paciencia o falta total de ella, se puede conseguir transmitir cada uno de los sonrojos. Que cada lector sea ese pelillo erizado y, entre todos, recreen la situación a la perfección.
      Quién no querría ser el protagonista de una historia que ha valido tanto la pena como para escribir sobre ella.

      Sin embargo, cuando queremos escribir, explicar, algo que ni siquiera entendemos; no te engañes. Lo entiendes a la perfección, simplemente necesitas tiempo para saber cuál es la mejor actitud que debes tomar. Y por mucho que te engañes, esta vez, sola no hallarás la respuesta. Exige un cambio.

      Me he expuesto al frío a ver si me daba la hostia que tanto necesito. Pero tan sólo me han entrado ganas de vagar por las calles desiertas de un peligroso barrio, por ver que realmente no lo es tanto; que nada es lo que parece, que "no te fíes de las malas lenguas ni te creas todo lo que te cuentan" y que un día malo lo tiene cualquiera. Y al final, este frío de noviembre con pijama de verano me ha remitido aquí.



      Cuando el fuerte huye del problema, ¿éste lo alcanza como al débil? o, ¿le da tiempo de encontrar la solución?

      Quizá me pillas en un mes malo, pero no puedo fingir. Nunca lo he hecho y no voy a empezar ahora que pinto flores en cada frontera de mis sinsentidos. Nada nuevo, recuerdos de las clases del colegio y de algún antiguo fresco. No soy más que eso; un poco de allí y de allá: El frío océano Atlántico calmando la lava que supura de vez en cuando. Arena negra y sal azotadas por el Cierzo más salvaje, no te descuides, puedo encaminarme directa al foco de tu mirada y créeme: te acordarás de mí. Alisios y Bereber junto con un habla cariñosa quemada y ultrajada por el sol cercano al meridiano de Greenwich. Y un arma más letal que la propia fuerza, o eso dicen. Cómo no, no me lo creo.

      Puede que sea eso, que no tengo claro qué soy. Me pidieron escribir sobre mi vida y la mitad, fue mentira. No les importó.
      Puede que sea eso. Que a veces, en un golpe de suerte, aparece alguien dispuesto a escucharte sin darte consuelo como a una infeliz. Frente a quien llorar porque va a callar el tiempo necesario, como preparándose para invertirlo luego en un abrazo. Puede, que por una vez, tenga que creer en lo que me dicen y no pensar en cómo se sentirán sin saber qué decir. Porque hay personas que entonces, actuarán, y es por ellas por las que sigo en este lugar; sobre el carruaje tirado por un caballo blanco y otro negro, y no de simple observador o bestia desenfrenada.

Necesito un relevo, algo temporal. Lo prometo. Tan sólo un segundo que nadie note.


sábado, 2 de noviembre de 2013

Empieza a quedarse frío el brazo sobre la manta, el que tengo preparado para meterte mano en cuanto te atrevas a dormir conmigo.

           Comenzaré por un abrazo, algo tierno, lo prometo. Y sólo espero no quedarme prendida de tu precioso lunar, ni sumergirme en la tinta de tu tatuaje en el antebrazo, ni en la que siento bajo tu piel. Intentaré no contar cada rinconcito de ti que deseara volver a acariciar, tan sólo despertaré de madrugada para verlo, como el más dulce amanecer. Y nada más dulce que tu figura entre tanto caos.

Continuaré simulando que te coloco el pelo y, con la excusa, mirarte a los ojos. Cuando me mires, a tu boca, y cuando sea consciente, sonreiré nerviosamente y entonces miraré tus manos; ojalá no sepa donde las escondes. Sigo con tu pelo, haciendo caracolas y me acerco a ver si se oye el mar. Lo huelo. Es sal y eres tú.
Me ha hecho cosquillas y me aparto, y ya tienes tu mano preparada para salvarme, como parece que haces últimamente. Noto su ausencia en mi costado, en la frontera entre la pasión y el juego sucio: el costillar, puro erotismo. Pero enseguida lo sustituye el cosquilleo por mi espalda de tu roce en mi cara. Quizá, y sólo quizá, tengas excusa y me acaricies la mejilla con el revés de tus dedos mientras no te ha hecho falta abrir los ojos. No conoces cada rincón de mi, pero no es eso lo que sientes. No necesitas siquiera verme para decir: ‘guapa’.

Con un poco de suerte, o sin suerte, nuestras manos no llegarán a rozarse. Podría pensar que saben que les quedan mil paseos para poder aprenderse cada línea de tu vida, de tus amores y de tus desilusiones; pero prefieren descubrirlo esta noche, sobre el lado izquierdo de tu pecho y bajo todo lo que estorbe.


Puede que se me esté apoderando el frío. 
O simplemente, que esta noche no he hablado contigo.