sábado, 2 de noviembre de 2013

Empieza a quedarse frío el brazo sobre la manta, el que tengo preparado para meterte mano en cuanto te atrevas a dormir conmigo.

           Comenzaré por un abrazo, algo tierno, lo prometo. Y sólo espero no quedarme prendida de tu precioso lunar, ni sumergirme en la tinta de tu tatuaje en el antebrazo, ni en la que siento bajo tu piel. Intentaré no contar cada rinconcito de ti que deseara volver a acariciar, tan sólo despertaré de madrugada para verlo, como el más dulce amanecer. Y nada más dulce que tu figura entre tanto caos.

Continuaré simulando que te coloco el pelo y, con la excusa, mirarte a los ojos. Cuando me mires, a tu boca, y cuando sea consciente, sonreiré nerviosamente y entonces miraré tus manos; ojalá no sepa donde las escondes. Sigo con tu pelo, haciendo caracolas y me acerco a ver si se oye el mar. Lo huelo. Es sal y eres tú.
Me ha hecho cosquillas y me aparto, y ya tienes tu mano preparada para salvarme, como parece que haces últimamente. Noto su ausencia en mi costado, en la frontera entre la pasión y el juego sucio: el costillar, puro erotismo. Pero enseguida lo sustituye el cosquilleo por mi espalda de tu roce en mi cara. Quizá, y sólo quizá, tengas excusa y me acaricies la mejilla con el revés de tus dedos mientras no te ha hecho falta abrir los ojos. No conoces cada rincón de mi, pero no es eso lo que sientes. No necesitas siquiera verme para decir: ‘guapa’.

Con un poco de suerte, o sin suerte, nuestras manos no llegarán a rozarse. Podría pensar que saben que les quedan mil paseos para poder aprenderse cada línea de tu vida, de tus amores y de tus desilusiones; pero prefieren descubrirlo esta noche, sobre el lado izquierdo de tu pecho y bajo todo lo que estorbe.


Puede que se me esté apoderando el frío. 
O simplemente, que esta noche no he hablado contigo.


No hay comentarios: