Empieza a quedarse frío el brazo
sobre la manta, el que tengo preparado para meterte mano en cuanto te atrevas a
dormir conmigo.
Comenzaré
por un abrazo, algo tierno, lo prometo. Y sólo espero no quedarme prendida de
tu precioso lunar, ni sumergirme en la tinta de tu tatuaje en el antebrazo, ni
en la que siento bajo tu piel. Intentaré no contar cada rinconcito de ti que
deseara volver a acariciar, tan sólo despertaré de madrugada para verlo, como
el más dulce amanecer. Y nada más dulce que tu figura entre tanto caos.
Continuaré simulando que te
coloco el pelo y, con la excusa, mirarte a los ojos. Cuando me mires, a tu
boca, y cuando sea consciente, sonreiré nerviosamente y entonces miraré tus
manos; ojalá no sepa donde las escondes. Sigo con tu pelo, haciendo caracolas y
me acerco a ver si se oye el mar. Lo huelo. Es sal y eres tú.
Me ha hecho cosquillas y me
aparto, y ya tienes tu mano preparada para salvarme, como parece que haces
últimamente. Noto su ausencia en mi costado, en la frontera entre la pasión y
el juego sucio: el costillar, puro erotismo. Pero enseguida lo sustituye el
cosquilleo por mi espalda de tu roce en mi cara. Quizá, y sólo quizá, tengas
excusa y me acaricies la mejilla con el revés de tus dedos mientras no te ha
hecho falta abrir los ojos. No conoces cada rincón de mi, pero no es eso lo que
sientes. No necesitas siquiera verme para decir: ‘guapa’.
Con un poco de suerte, o sin
suerte, nuestras manos no llegarán a rozarse. Podría pensar que saben que les
quedan mil paseos para poder aprenderse cada línea de tu vida, de tus amores y
de tus desilusiones; pero prefieren descubrirlo esta noche, sobre el lado
izquierdo de tu pecho y bajo todo lo que estorbe.
Puede que se me esté apoderando
el frío.
O simplemente, que esta noche no he hablado contigo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario